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viernes, 6 de marzo de 2009

Biografías falaces de la década del asco (2)

Un perro
falderoPablo Kan Teriano hacía las primeras piruetas de su vida cuando tenía seis semanitas y se sentaba cuando su amaestrador le gritaba “¡seat!” a la precoz edad de tres meses.
Fue vacunado con puntualidad, entrenado con esmero y perfeccionado en el arte difícil del mordisco en el culo. Claro, siempre y cuando fuera el trasero que su amo le designara.
Hay que decir, sin embargo, que Pablo Kan siempre tuvo un concepto relativo sobre lo que eran los amos.
El primero que tuvo fue, como es sabido, don Fernando Belaunde. En esos tiempos Pablo gruñía y mordía a todo aquello que no perteneciese a Acción Popular. A veces se le pasaba el hocico, tanto así que un día Belaunde hubo de castigarlo porque había castrado a dos apristas a quienes reconoció por la pezuña.
Años más tarde, en vísperas de la fundación del Fredemo, Belaunde le regaló el can a Vargas Llosa.
Pablito fue fidelísimo. Lamía a Vargas Llosa por la mañana, le traía el periódico enrollado, le llevaba las pantuflas a la hora de la siesta y daba vueltas y vueltas detrás del propio rabo cuando Mario chasqueaba los dedos.
Pero sucedió lo que todos sabemos que sucedió y Pablito, entonces, dejó a Mario en la silla de ruedas adonde había ido a parar tras la paliza electoral y se fue a hacerle gracias al nuevo matón del barrio, un individuo nacido, con toda desfachatez, en Kumamoto y en Lima simultáneamente.
Como era un perro listo, Pablito fue adoctrinado en el nuevo orden impuesto por Chino Maldito: el Perú era un muladar, la conciencia un mingitorio, el respeto un pañuelo desechable, la dignidad un tofee usado, la hombría una llanta de micro, el destino una zanja y los valores una cojudez.
Pablito llegó a aprender a leer y apareció en la tele leyendo el guión que le preparaba un dóberman, las mentiras maquinadas por un pitbull y las mariconadas de un caniche del SIN. Pablito había elegido, por fin, el cancán de la servidumbre y la colita amable de los falderos. Después de ver sus hazañas, Vargas Llosa quiso reescribir “La ciudad y los perros” pero sus editores lo convencieron de que no valía la pena.
Ciudadano K.
M. Wolfensonso recibía todos los días un fax del gordo Bressani, que era panadero de porquerías y amasador de vueltos que no se devolvían.
-¿A quién hay que embarrar mañana? –preguntaba Wolfensonso.
-Al chancho Andrade –respondía Bressani.
-¿Decimos que es cutra o decimos que es cutra? –preguntaba Wolfensonso en un alarde de inteligencia.
-Las dos cosas. Tienes que decir las dos cosas –respondía, paciente y pedagógico, Bressani.
-Qué bien. Ya me estaba cansando de decir que el chancho Andrade es cutra –insistía Wolfensonso, fatigado de tanto pensar.
Y al día siguiente salía “El Chino” diciendo que Andrade era un cutra y que todos los que se oponían a Chino Maldito, el verdadero director del periódico, debían de ser escarmentados.
Y de ese modo todos ellos vivían felices. Chino Maldito complacido, Wolfensonso cobrando, Winter silbando en plena sinagoga, Ivcher rasgándose las vestiduras y el Hisbolá mediático de Montesinos asesinando moralmente a todos los que no pasaran por el aro.
La Q.Q.Lisa
Siglos atrás la Q.Q.Lisa había sido Malinche: servil hasta no tener espina dorsal, trepadora como una buganvilia, aceitosa como charco de factoría.
La Malinche traicionó a los suyos para servir al cruel conquistador.
La Q.Q.Lisa traicionó a la casta de los aguaitía para favorecer la instalación de un protectorado con sede en el archipiélago que Truman quiso cambiar con métodos brutales.
Siglos después de malinchear, la Q.Q.Lisa, que más que una sola persona es un concepto, fue la Perricholi en el Perú de acequias olientes que tanto le gustaba a Ricardo Palma.
Pero como se trata de una entidad cosmopolita, la Q.Q.Lisa fue también la mucama de Mata Hari, a quien traicionó por 6,000 francos, y la cocinera de Anais Nin, cuyo diario plagado de admisiones de confesionario vendió a una editorial inglesa.
Decir Q.Q.Lisa, en suma, es nombrar a una servilleta maligna.
En el Perú contemporáneo este ectoplasma servil e inmortal fue, por supuesto, sicaria tingalesa de Chino Maldito, el único de sus amos a quien jamás traicionará porque –oh telenovela- se trata, en realidad, de su padre, cosa que Keiko descubrió revisando maletas viejas y papeles del koseki de Kumamoto.
Q.Q.Lisa tendría que haber sido la tercera abogada de un bufete sombrío del jirón Azángaro. Pero por eso de la movilidad social fue la Primera Dama en funciones de la mafia. Su horizonte mental termina en Mala, que en su caso no es un topónimo sino un homenaje.
Q.Q.Lisa se prepara para ser la candidata del aprofujimorismo en el 2011, el nuevo año de la bestia.
Padre nuestro
El cura Romaña siempre fue muy consecuente.
Cuando le pagaba Banchero era un gran defensor de la industria pesquera.
Cuando le pagó Marsano se convirtió en el ideólogo aurífero del diario “El (nuevo) Sol”.
Al que nunca dejó, aunque ya no le pagase porque estaba muerto, fue a Francisco Franco.
Cara al sol se levantaba el cura Romaña con su bracito extendido. Y cantaba, cerrando los ojitos, pensando en los rojos sacados a paseo, bien hecho, y en los torturados rojos, bien hecho, y en García Lorca, bien hecho.
Era tan fascista Romaña que de chiquito mataba hormigas acusándolas de colectivistas. Y era tan borbónico que un día metió la cara en un panal para tener el honor de hablar con la abeja reina.
Cuando la edad empezó a fallarle recurrió al Viagra.
Alguien se hizo ilusiones al respecto, pero fue en vano.
El Viagra era para su brazo, para poder extenderlo mientras cantaba Cara al Sol.
Culto hasta el latín, que es la lengua muerta que mejor domina, tenebroso hasta la Inquisición, lavador de ricos a precios de ganga, Romaña, como no podía ser de otra manera, también fue fujimorista a rabiar.
Excomulgaba de mentira a los que se oponían a Chino Maldito –con lo que casi declara hereje al país entero- y decía que aquel era el mejor gobierno y que la oposición era un tumulto amenazante. Eso fue hasta que “El (nuevo) Sol” le pudo pagar.
Cuando “El (nuevo) Sol” se ocultó por la muerte de su propietario, Romaña postuló a director del colegio Francisco Franco-Peruano. Fue rechazado por intolerante.

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