La emboscada senderista de ayer en Huanta, Ayacucho, es un nuevo discurso del crimen organizado.
Apenas supe de esta desgraciada ocurrencia pensé que lo que Sendero quería era protestar, a su modo, por la condena dada a Fujimori.
Me explico: Sendero encontró la cima de su locura asesina cuando los Colina viajaban por el país haciendo su tarea, cuando la democracia era esa ruina que Fujimori había cambiado por el fortín de la dictadura, cuando era imposible imaginar que algún día los peruanos podrían discrepar en paz y enfrentarse sólo en el plano de las ideas.
Entre Sendero y el fujimorismo había una mutualidad siniestra. Era el diálogo de dos fascismos que se odiaban y que, sin embargo, como en esos maridajes turbios, se necesitaban. A más dinamitazos, más guerra sucia; a más guerra sucia, más salvajismo polpotiano. Sendero fue el estado de la barbarie. Fujimori llegó a ser el Estado bárbaro. Sendero pareció justificar a Fujimori. Fujimori y su 5 de abril le dieron una sombría legitimidad a la perversidad senderista.
Tiempo después, cuando Montesinos se sentó a hablar con Guzmán para firmar “los acuerdos de paz”, parecía claro que ambas partes tenían más de un común denominador.
Y ahora que el Perú parece salir del sargazo que lo atascó en la cochinada, viene otra vez la vocación por el crimen de lo que queda de Sendero: unas bandas de narcotraficantes ideologizados, un puñado de bandoleros y rufianes que ya no sueñan con el Kmer Rouge sino con los muchachos de Pablo Escobar y su Envigado bajo control.
Démosles gusto, de una vez por todas. Exterminemos estas bandas con la voluntad limpia e higiénica que una democracia puede tener ante quien la amenaza o la reta.
Respetando los derechos humanos, separando la paja del trigo y la coca del cacao, limpiemos, por la disuasión armada o el combate franco, el Vrae. Sellemos Vizcatán y acabemos con estos remanentes que viven de los carteles colombianos. Desacatemos, de una vez por todas, el “discurso étnico” de una coca nutritiva y milenaria a la que no hay que tocar porque si la tocamos resentimos a los Apus. Dejémosle ese anacronismo racista a los presidentes que hacen huelga de hambre por recomendación de sus dietistas y exigencia de sus mujeres.
Hace tiempo que, desde diversas fuentes, me viene la versión de que hay servicios policiales y militares dispuestos a no apretar las tuercas en la batalla en contra del narcosenderismo. Piensan estos irresponsables que así, manteniendo una hoguera viva, los presupuestos de Inteligencia y Logística seguirán fluyendo y ellos justificarán sus relativos privilegios.
¿O es que hay escalas más altas donde se elaboran estas “doctrinas” de ralentización calculada? ¿O es que el fujimorismo, enquistado todavía en ciertos sectores de las Fuerzas Armadas, ha querido, otra vez, dar una mano enviando una patrulla al descubierto?
Bien haría el señor Flores Aráoz en darnos una explicación de por qué demonios no podemos librarnos de estas bandas que actúan desde la maleza y con pleno conocimiento del terreno. ¿O es que hay quienes aspiran a que recordemos con nostalgia la época en que se masacraban aldeas enteras después de una emboscada?
Con Sendero Luminoso –y menos con esta versión impregnada de delito común- no caben paciencia ni dilaciones ni negociaciones. Ningún peruano razonable se quejará de la extirpación de este cáncer.
Y ahora más que nunca, las ONG que lucharon por la preservación de los derechos humanos deberían dar la cara y exigir al senderismo maoista y homicida que capitule o se atenga a las consecuencias.
¿O es que hay en la izquierda oenegera y en el marxismo militante y con partido remanentes de esa duda aciaga que los hizo cómplices de Sendero, ambiguos ante el crimen, silenciosos ante el asesinato de policías, soldados y oficiales?
¿O es que nunca podremos mirarnos a la cara?
Es hora de actuar. Es una obligación actuar. Sería un crimen adicional no actuar. Y que no nos vengan las Nancy Obregón a decir ahora que en el Vrae los cocaleros de la humeante Arcadia nada tienen que ver con lo que está sucediendo. ¿O es que se la venden a Papá Noel?
Apenas supe de esta desgraciada ocurrencia pensé que lo que Sendero quería era protestar, a su modo, por la condena dada a Fujimori.
Me explico: Sendero encontró la cima de su locura asesina cuando los Colina viajaban por el país haciendo su tarea, cuando la democracia era esa ruina que Fujimori había cambiado por el fortín de la dictadura, cuando era imposible imaginar que algún día los peruanos podrían discrepar en paz y enfrentarse sólo en el plano de las ideas.
Entre Sendero y el fujimorismo había una mutualidad siniestra. Era el diálogo de dos fascismos que se odiaban y que, sin embargo, como en esos maridajes turbios, se necesitaban. A más dinamitazos, más guerra sucia; a más guerra sucia, más salvajismo polpotiano. Sendero fue el estado de la barbarie. Fujimori llegó a ser el Estado bárbaro. Sendero pareció justificar a Fujimori. Fujimori y su 5 de abril le dieron una sombría legitimidad a la perversidad senderista.
Tiempo después, cuando Montesinos se sentó a hablar con Guzmán para firmar “los acuerdos de paz”, parecía claro que ambas partes tenían más de un común denominador.
Y ahora que el Perú parece salir del sargazo que lo atascó en la cochinada, viene otra vez la vocación por el crimen de lo que queda de Sendero: unas bandas de narcotraficantes ideologizados, un puñado de bandoleros y rufianes que ya no sueñan con el Kmer Rouge sino con los muchachos de Pablo Escobar y su Envigado bajo control.
Démosles gusto, de una vez por todas. Exterminemos estas bandas con la voluntad limpia e higiénica que una democracia puede tener ante quien la amenaza o la reta.
Respetando los derechos humanos, separando la paja del trigo y la coca del cacao, limpiemos, por la disuasión armada o el combate franco, el Vrae. Sellemos Vizcatán y acabemos con estos remanentes que viven de los carteles colombianos. Desacatemos, de una vez por todas, el “discurso étnico” de una coca nutritiva y milenaria a la que no hay que tocar porque si la tocamos resentimos a los Apus. Dejémosle ese anacronismo racista a los presidentes que hacen huelga de hambre por recomendación de sus dietistas y exigencia de sus mujeres.
Hace tiempo que, desde diversas fuentes, me viene la versión de que hay servicios policiales y militares dispuestos a no apretar las tuercas en la batalla en contra del narcosenderismo. Piensan estos irresponsables que así, manteniendo una hoguera viva, los presupuestos de Inteligencia y Logística seguirán fluyendo y ellos justificarán sus relativos privilegios.
¿O es que hay escalas más altas donde se elaboran estas “doctrinas” de ralentización calculada? ¿O es que el fujimorismo, enquistado todavía en ciertos sectores de las Fuerzas Armadas, ha querido, otra vez, dar una mano enviando una patrulla al descubierto?
Bien haría el señor Flores Aráoz en darnos una explicación de por qué demonios no podemos librarnos de estas bandas que actúan desde la maleza y con pleno conocimiento del terreno. ¿O es que hay quienes aspiran a que recordemos con nostalgia la época en que se masacraban aldeas enteras después de una emboscada?
Con Sendero Luminoso –y menos con esta versión impregnada de delito común- no caben paciencia ni dilaciones ni negociaciones. Ningún peruano razonable se quejará de la extirpación de este cáncer.
Y ahora más que nunca, las ONG que lucharon por la preservación de los derechos humanos deberían dar la cara y exigir al senderismo maoista y homicida que capitule o se atenga a las consecuencias.
¿O es que hay en la izquierda oenegera y en el marxismo militante y con partido remanentes de esa duda aciaga que los hizo cómplices de Sendero, ambiguos ante el crimen, silenciosos ante el asesinato de policías, soldados y oficiales?
¿O es que nunca podremos mirarnos a la cara?
Es hora de actuar. Es una obligación actuar. Sería un crimen adicional no actuar. Y que no nos vengan las Nancy Obregón a decir ahora que en el Vrae los cocaleros de la humeante Arcadia nada tienen que ver con lo que está sucediendo. ¿O es que se la venden a Papá Noel?
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