La Miss Universo 2008, la venezolana Dayana Mendoza, le ha dado la razón al feminismo radical aportando una dosis considerable de estupidez en estado puro.
La señorita Mendoza, que combina un cuerpo perturbador y un cerebro de bajo voltaje, fue llevada a Guantánamo, el enclave colonial que Estados Unidos tiene en Cuba desde que le quitó la isla a los españoles y la ocupó militarmente.
¿Y qué vio en Guantánamo esta diosa del papel rosé?
He aquí sus palabras:
“Visitamos los campos de detenidos y vimos las celdas, las duchas, cómo se entretienen con películas, clases de arte, libros. Fue todo muy interesante, no quería irme. Es un lugar tan relajante, tan tranquilo y tan hermoso...”
Todo indica que la extrema belleza, para regocijo de las que tienen cara de desgracia, suele estar acompañada de un estado casi virginal de la función cerebral. Como si las cumbres de la tetamancia se compensaran con el encefalograma plano, más o menos.
Yo creí que la belleza que sobresalta podía ser compatible con la inteligencia superlativa hasta que oí, por primera vez, hablar a Elizabeth Taylor. Si de su boca salían invitaciones para el baile, de su cabeza salían piedras y borricos, naderías y lugares más comunes que Hollywood. Es decir que cuando hablaba se destituía.
Lo mismo me pasó, a nivel doméstico, cuando supe de qué descuidos escolares venía Cuchita Salazar, la modelo limeña de mi adolescencia. Escucharla era comprobar el dicho famoso de Proust: “dejemos las mujeres bonitas a los hombres sin imaginación”.
La última belleza que Hollywood ha lanzado para el desespero ha sido Scarlett Johansson. Sin embargo, desde que la escuché decir que pensaba darse un paseo por Irak “para animar a los muchachos” he llegado a la conclusión de que, en efecto, para ser perfectas, las gracias de la facha deberían venir con mudez incluida.
La marca que ha impuesto, sin embargo, la Miss Universo 2008 será muy difícil de superar. Desde las estupideces del marqués de Carabás en “El gato con botas” de Perrault, nadie había llevado tan lejos el arte de la mulería.
Porque eso de decir que la cárcel guantanamera es como un spá de puro relajante es algo que ni el cerebro de Chemo del Solar hubiese podido proferir. Al fin y al cabo, señorita Mendoza, Guantánamo es donde los gringos han hecho añicos los derechos humanos, la ley mosaica, el código Hammurabi y hasta los consejos del coronel de los pollos Kentucky.
O sea que se puede ser bruta, pero no tanto.
Lo que, por simetría, me lleva a algunas preguntas estúpidas, que son, como se sabe, mi especialidad. Si la austera belleza de Simone de Beauvoir hubiese dado unos pasos más allá, ¿habría tirado más para la casa Chanel que para el chiringuito de los Gallimard? Y si la Yourcenar no hubiese sido tan estupendamente fea, ¿se habría encerrado años para sumergirse en la vida de Adriano?
Pero, claro, por ese camino uno no llega a ninguna parte. Porque si así fuera, ¿entonces por qué Elsa Maxwell, la mujer más fea del mundo, no fue una gran creadora y, en cambio, se dedicó a perseguir mujeres de cabo a rabo en todos los cruceros y pachangas del mundanal ruido?
Lo que sucede es más sencillo y más radical de lo que uno pudiera imaginar: los concursos de belleza sólo pueden nutrirse de algunas déficits en la tutuma. Y, por lo tanto, las “mises” deberían usar también, y como prenda obligatoria, sujetador de boca. Una mordaza con encaje y bobos.
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