Corea del Norte es el mal –dicen.
Y es probable que tengan razón.
A condición, claro, de que no nos digan que ellos son el bien.
Porque si Corea del Norte es el mal porque quiere tener una bomba atómica, ¿qué son ellos, que ya lanzaron dos sobre ciudades pobladas?
Estados Unidos tiene 6,000 cabezas nucleares montadas en dispositivos de largo alcance. Esos son los límites del tratado Start, vigente hasta diciembre del 2009.
Seamos específicos: Estados Unidos cuenta con 534 cohetes balísticos intercontinentales que saldrían, en caso de guerra, de silos terrestres y 432 que podrían ser expulsados por submarinos nucleares colocados en todos los mares del mundo.
Cada uno de esos cohetes posee ojivas múltiples, de allí la ganancia exponencial de su poderío (capaz de alcanzar, con un solo disparo, varios blancos a la vez).
Aparte de su fuerza balística, Estados Unidos posee bombas atómicas tradicionales, 20 veces más poderosas que las estalladas sobre Hiroshima y Nagasaki, puestas en unos doscientos aviones bombarderos de alcance también intercontinental. Veinte de esos aviones corresponden al modelo B-2, invisible, por ejemplo, para el sistema de radar que actualmente asiste a las fuerzas de la Federación Rusa.
En resumen, Estados Unidos podría borrar a la humanidad de la faz de la tierra si un George Bush o un Dick Cheney lo consideraran “imprescindible para garantizar la seguridad de los Estados Unidos”.
Para la derecha mundial que apresa y mata clandestinamente, que justifica la tortura y que codicia las fuentes de energía en nombre de su predominio mundial, un planeta posnuclear donde quedara la mitad de los Estados Unidos y ningún enemigo a la vista no sería el peor de los mundos.
Para la lógica de esa gente está muy mal que Corea del Norte quiera tener una docena de bombas atómicas.
No está mal, sin embargo, que Pakistán tenga cien bombas atómicas y que su archirrival, la India, se haya hecho con un arsenal de 200 artefactos nucleares.
No está mal que Israel posea entre 150 y 200 bombas capaces de desaparecer varias veces el Medio Oriente. Ni está mal que el actual canciller israelí, Avigdor Lieberman, haya dicho en plena campaña electoral que Israel debería de emplear el arma nuclear en contra de Hamas en la Franja de Gaza.
Lo que está mal es que Corea del Norte quiera armarse o que Irán, remotamente, aspire a hacerse con lo que se considera, en un mundo corrompido por el uso de la fuerza, la única arma capaz de disuadir.
-Corea del Norte es una amenaza para el mundo –se atreven a decir.
¿Un país más pequeño que Carolina del Sur o el estado de Maine es una amenaza mundial?
Bueno, también los Reagan dijeron que Granada, una isla de 378 kilómetros cuadrados, era un peligro para América. Y por eso instigaron el asesinato de Maurice Bishop, su primer ministro, e invadieron el diminuto territorio dos días después de cometido el crimen (octubre de 1983).
También Chile fue, en su momento, una amenaza mundial. Y lo fue Cuba, por supuesto.
Y lo será todo país que no se someta a la dictadura mediática de los Estados Unidos.
La palabra clave es “amenaza”.
Lo que no se explica es sobre qué se yergue esa supuesta amenaza.
Esa omisión es explicable.
Aunque los políticos estadounidenses suelen amar la vulgaridad todavía no les es posible un sinceramiento absoluto respecto de su agenda y sus propósitos. No pueden decir, por ejemplo, que Corea del Norte tiene que ser castigada, militarmente inclusive, porque no acepta el orden mundial imperial.
Sí, ya sé: el régimen de Corea del Norte es impresentable, su dinastía parece feudal y la miseria en la que vive su pueblo surge del capricho autárquico de sus dirigentes.
Siendo todo eso cierto, una pregunta se resiste a callar: ¿Qué autoridad moral tienen los Estados Unidos y sus aliados europeos para hablar de un orden mundial amenazado? ¿De qué orden mundial pueden hablar los cínicos?
Nadie ha destruido con más eficacia lo que quedaba de orden mundial que la política exterior de los Estados Unidos (incluyendo la del débil Obama). Nada ha contribuido con más entusiasmo a la separación definitiva de la ética y la política que la Europa de los Berlusconi, los Aznar y los Chirac.
De modo que, sí, en efecto, Corea es un país en tinieblas, pero ¿qué son los Estados Unidos negándose a firmar el Protocolo de Kyoto, huyendo de la jurisdicción del Tribunal Penal Internacional, adoptando las políticas carcelarias de cualquier satrapía asiática, acarreando las municiones que se usaron para la masacre de Gaza?
¿Serán, acaso, el país de la luz?
Lo más divertido de todo esto es el baile de los pobres diablos latinoamericanos repitiendo en la ONU, como si de un salmo se tratara, las paporretas estadounidenses sobre las “nuevas amenazas”.
Lo que sí es cierto es que Estados Unidos no es una amenaza. Es una realidad vigente y aplastante.
Y es probable que tengan razón.
A condición, claro, de que no nos digan que ellos son el bien.
Porque si Corea del Norte es el mal porque quiere tener una bomba atómica, ¿qué son ellos, que ya lanzaron dos sobre ciudades pobladas?
Estados Unidos tiene 6,000 cabezas nucleares montadas en dispositivos de largo alcance. Esos son los límites del tratado Start, vigente hasta diciembre del 2009.
Seamos específicos: Estados Unidos cuenta con 534 cohetes balísticos intercontinentales que saldrían, en caso de guerra, de silos terrestres y 432 que podrían ser expulsados por submarinos nucleares colocados en todos los mares del mundo.
Cada uno de esos cohetes posee ojivas múltiples, de allí la ganancia exponencial de su poderío (capaz de alcanzar, con un solo disparo, varios blancos a la vez).
Aparte de su fuerza balística, Estados Unidos posee bombas atómicas tradicionales, 20 veces más poderosas que las estalladas sobre Hiroshima y Nagasaki, puestas en unos doscientos aviones bombarderos de alcance también intercontinental. Veinte de esos aviones corresponden al modelo B-2, invisible, por ejemplo, para el sistema de radar que actualmente asiste a las fuerzas de la Federación Rusa.
En resumen, Estados Unidos podría borrar a la humanidad de la faz de la tierra si un George Bush o un Dick Cheney lo consideraran “imprescindible para garantizar la seguridad de los Estados Unidos”.
Para la derecha mundial que apresa y mata clandestinamente, que justifica la tortura y que codicia las fuentes de energía en nombre de su predominio mundial, un planeta posnuclear donde quedara la mitad de los Estados Unidos y ningún enemigo a la vista no sería el peor de los mundos.
Para la lógica de esa gente está muy mal que Corea del Norte quiera tener una docena de bombas atómicas.
No está mal, sin embargo, que Pakistán tenga cien bombas atómicas y que su archirrival, la India, se haya hecho con un arsenal de 200 artefactos nucleares.
No está mal que Israel posea entre 150 y 200 bombas capaces de desaparecer varias veces el Medio Oriente. Ni está mal que el actual canciller israelí, Avigdor Lieberman, haya dicho en plena campaña electoral que Israel debería de emplear el arma nuclear en contra de Hamas en la Franja de Gaza.
Lo que está mal es que Corea del Norte quiera armarse o que Irán, remotamente, aspire a hacerse con lo que se considera, en un mundo corrompido por el uso de la fuerza, la única arma capaz de disuadir.
-Corea del Norte es una amenaza para el mundo –se atreven a decir.
¿Un país más pequeño que Carolina del Sur o el estado de Maine es una amenaza mundial?
Bueno, también los Reagan dijeron que Granada, una isla de 378 kilómetros cuadrados, era un peligro para América. Y por eso instigaron el asesinato de Maurice Bishop, su primer ministro, e invadieron el diminuto territorio dos días después de cometido el crimen (octubre de 1983).
También Chile fue, en su momento, una amenaza mundial. Y lo fue Cuba, por supuesto.
Y lo será todo país que no se someta a la dictadura mediática de los Estados Unidos.
La palabra clave es “amenaza”.
Lo que no se explica es sobre qué se yergue esa supuesta amenaza.
Esa omisión es explicable.
Aunque los políticos estadounidenses suelen amar la vulgaridad todavía no les es posible un sinceramiento absoluto respecto de su agenda y sus propósitos. No pueden decir, por ejemplo, que Corea del Norte tiene que ser castigada, militarmente inclusive, porque no acepta el orden mundial imperial.
Sí, ya sé: el régimen de Corea del Norte es impresentable, su dinastía parece feudal y la miseria en la que vive su pueblo surge del capricho autárquico de sus dirigentes.
Siendo todo eso cierto, una pregunta se resiste a callar: ¿Qué autoridad moral tienen los Estados Unidos y sus aliados europeos para hablar de un orden mundial amenazado? ¿De qué orden mundial pueden hablar los cínicos?
Nadie ha destruido con más eficacia lo que quedaba de orden mundial que la política exterior de los Estados Unidos (incluyendo la del débil Obama). Nada ha contribuido con más entusiasmo a la separación definitiva de la ética y la política que la Europa de los Berlusconi, los Aznar y los Chirac.
De modo que, sí, en efecto, Corea es un país en tinieblas, pero ¿qué son los Estados Unidos negándose a firmar el Protocolo de Kyoto, huyendo de la jurisdicción del Tribunal Penal Internacional, adoptando las políticas carcelarias de cualquier satrapía asiática, acarreando las municiones que se usaron para la masacre de Gaza?
¿Serán, acaso, el país de la luz?
Lo más divertido de todo esto es el baile de los pobres diablos latinoamericanos repitiendo en la ONU, como si de un salmo se tratara, las paporretas estadounidenses sobre las “nuevas amenazas”.
Lo que sí es cierto es que Estados Unidos no es una amenaza. Es una realidad vigente y aplastante.
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