Todos saben que a mí el arte de la franela me ha sido siempre ajeno y que jamás alabaría por obligación. Pero lo cierto es que el único periódico que ha dicho la verdad en relación al partido entre el Chelsea y el Barcelona ha sido, modestamente, “La Primera”.
“Debió ganar el Chelsea”, titula pulcramente este periódico. Y luego hace un relato sobrio y veraz de lo ocurrido. Es una isla en un mar obsceno de festejos acatalanados y de crónicas mentirosas que omiten decir lo que decenas de millones vieron: un hampón disfrazado de árbitro le birló el triunfo al equipo inglés dejando de pitar hasta tres penales –una falta grosera de Alves dentro del área, una mano jactanciosa de Piqué, un brazo pitable de Etó en los instantes finales- e influyendo decisivamente en el resultado del partido.
Es cierto que expulsó a un jugador barcelonés indebidamente, pero eso pareció una pálida compensación respecto de los favores prestados o vendidos al equipo que dirige Guardiola.
El Barza es un gran equipo...pero sólo respecto de la liga española. Cómo será de mediocre ahora la liga española que uno de los peores equipos de Europa –el Real Madrid, destruido por sus dirigentes- está segundo, apenas a siete puntos del líder. El Real Madrid no le llega al tobillo al Arsenal. El Barza sería segundo o tercero en la liga inglesa.
Y ese reinado de tuerto en tierra de cieguitos quedó al desnudo cuando el Chelsea logró el 0-0 en tierras catalanas y, sobre todo, en el juego del pasado miércoles, cuando volvió a maniatar al Barza y dejó expuestas esas miserias ofensivas que sólo se le notan al once catalán cuando el rival aprieta al medio y en los flancos.
Robarle tres penales a un equipo en una semifinal de la copa europea de clubes puede convertir en millonario a un pobre diablo como Tom Henning Ovrebo, el noruego de 43 años que volvió a demostrar que el fútbol está cercado por las mafias y ensuciado por los acuerdos bajo la mesa.
El Barza es un equipo italianizado, es decir acostumbrado a todas las “operaciones” extradeportivas con tal de ganar. Famosos son sus “maletines” incentivando a rivales y tentando a equipos de media tabla para que “desaten el infierno” ante los enemigos comunes (Real Madrid, Valencia, Español, Atlético de Madrid), sobre todo cuando se juegan las últimas fechas.
Y es que el Barza, como se dice en tierras catalanas, es mucho más que un club: es el País de Catalunya vestido de corto, es la inmersión lingüística convertida en balón, es el resentimiento en contra de Madrid hecho gol, es Lluís Companys apresado por la Gestapo y fusilado por Franco. El Barza no es un equipo: es un pliego de reclamos, una memoria doliente y un separatismo a la vuelta de la esquina.
Cuando los catalanes ven al Barza jugar ven al beato Ramon (sin acento) Llull horneando el catalán ancestral y se imaginan a Gaudí retando a la línea recta con sus construcciones.
Bien por ellos. Pero lo que pasó el miércoles en Stamford Bridge poco tiene que ver con el fútbol y las pasiones que desata o encarna. Lo que pasó allí tiene que ver con el juzgado de guardia.
Lo malo de todo esto es lo embarrada que queda la UEFA y el olor a putrefacción que, como en el caso de la Juventus en la liga italiana, llena las narices de los tontos que acuden al estadio pensando que serán los jugadores los que ganarán o perderán el partido.
Y lo peor es la prensa deportiva peruana. Fujimorizada hasta el alma, desbravada por Burga y antes por Delfino, endulzada por la autoridad y habituada a hacerle creer a la gente que el San Martín es un buen equipo y que Alianza Lima es un club de fútbol (y no una farsa), la prensa deportiva peruana se sube al vagón del resultado y se mimetiza con el que logró el éxito. El cómo no importa. El robo, tampoco. El descaro no cuenta. La monra se honra. Al cogotero se le oculta.
Qué vergüenza. Hasta en el deporte somos los campeones del “todo vale”. Como si el fútbol fuera el tránsito de Lima.
“Debió ganar el Chelsea”, titula pulcramente este periódico. Y luego hace un relato sobrio y veraz de lo ocurrido. Es una isla en un mar obsceno de festejos acatalanados y de crónicas mentirosas que omiten decir lo que decenas de millones vieron: un hampón disfrazado de árbitro le birló el triunfo al equipo inglés dejando de pitar hasta tres penales –una falta grosera de Alves dentro del área, una mano jactanciosa de Piqué, un brazo pitable de Etó en los instantes finales- e influyendo decisivamente en el resultado del partido.
Es cierto que expulsó a un jugador barcelonés indebidamente, pero eso pareció una pálida compensación respecto de los favores prestados o vendidos al equipo que dirige Guardiola.
El Barza es un gran equipo...pero sólo respecto de la liga española. Cómo será de mediocre ahora la liga española que uno de los peores equipos de Europa –el Real Madrid, destruido por sus dirigentes- está segundo, apenas a siete puntos del líder. El Real Madrid no le llega al tobillo al Arsenal. El Barza sería segundo o tercero en la liga inglesa.
Y ese reinado de tuerto en tierra de cieguitos quedó al desnudo cuando el Chelsea logró el 0-0 en tierras catalanas y, sobre todo, en el juego del pasado miércoles, cuando volvió a maniatar al Barza y dejó expuestas esas miserias ofensivas que sólo se le notan al once catalán cuando el rival aprieta al medio y en los flancos.
Robarle tres penales a un equipo en una semifinal de la copa europea de clubes puede convertir en millonario a un pobre diablo como Tom Henning Ovrebo, el noruego de 43 años que volvió a demostrar que el fútbol está cercado por las mafias y ensuciado por los acuerdos bajo la mesa.
El Barza es un equipo italianizado, es decir acostumbrado a todas las “operaciones” extradeportivas con tal de ganar. Famosos son sus “maletines” incentivando a rivales y tentando a equipos de media tabla para que “desaten el infierno” ante los enemigos comunes (Real Madrid, Valencia, Español, Atlético de Madrid), sobre todo cuando se juegan las últimas fechas.
Y es que el Barza, como se dice en tierras catalanas, es mucho más que un club: es el País de Catalunya vestido de corto, es la inmersión lingüística convertida en balón, es el resentimiento en contra de Madrid hecho gol, es Lluís Companys apresado por la Gestapo y fusilado por Franco. El Barza no es un equipo: es un pliego de reclamos, una memoria doliente y un separatismo a la vuelta de la esquina.
Cuando los catalanes ven al Barza jugar ven al beato Ramon (sin acento) Llull horneando el catalán ancestral y se imaginan a Gaudí retando a la línea recta con sus construcciones.
Bien por ellos. Pero lo que pasó el miércoles en Stamford Bridge poco tiene que ver con el fútbol y las pasiones que desata o encarna. Lo que pasó allí tiene que ver con el juzgado de guardia.
Lo malo de todo esto es lo embarrada que queda la UEFA y el olor a putrefacción que, como en el caso de la Juventus en la liga italiana, llena las narices de los tontos que acuden al estadio pensando que serán los jugadores los que ganarán o perderán el partido.
Y lo peor es la prensa deportiva peruana. Fujimorizada hasta el alma, desbravada por Burga y antes por Delfino, endulzada por la autoridad y habituada a hacerle creer a la gente que el San Martín es un buen equipo y que Alianza Lima es un club de fútbol (y no una farsa), la prensa deportiva peruana se sube al vagón del resultado y se mimetiza con el que logró el éxito. El cómo no importa. El robo, tampoco. El descaro no cuenta. La monra se honra. Al cogotero se le oculta.
Qué vergüenza. Hasta en el deporte somos los campeones del “todo vale”. Como si el fútbol fuera el tránsito de Lima.
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