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jueves, 10 de septiembre de 2009

Maldigo las utopías

La utopía cristiana empezó con un hombre excepcional que expulsaba a los mercaderes de los templos y terminó con los golpes de pecho del Opus Dei. El Opus Dei que el Papa de Cracovia convirtió en tridente de la cristiandad.

La utopía comunista empezó con otro judío genial descubriendo el robo del salario y el secreto de la plusvalía y terminó en los juicios de Moscú.

La utopía fidelista empezó en las afueras del Moncada, floreció en la Sierra Maestra, se volvió realidad durante esos años de revolución libertaria pero terminó el día en que condenaron a Hubert Matos y siguió terminando cuando Fidel apoyó la invasión sufrida por los checos en 1968 y terminó de terminar cuando al pobre Heberto Padilla lo obligaron a decir que era no sólo un gran poeta (el mejor de su generación) sino también “un agente de la CIA”.

El demonio está tatuado de utopías. La utopía es un demonio que pretende reclutar ángeles para sus propósitos.

El infierno es la utopía de la ética. El cielo, una utopía póstuma.

El maoísmo utópico de las cuevas de Yenán terminó con las revelaciones del doctor Li, el médico de Mao. Una de esas revelaciones era que al señor Mao le encantaba tirarse a campesinas jovencitas que los comités rurales del Partido Comunista Chino le ofrecían, del mismo modo como otros ofrecen bocaditos a sus invitados. Y Mao Tse Tung estaba convencido de que esas niñas le transfundían vitalidad.

El nacionalismo utópico llegó a encarnarse en Pol Pot, el utópico extremo y el asesino serial más inescrupuloso que el comunismo asiático haya parido.

La utopía de un imperio civilizador terminó en Dien Bien Phu y antes en Bombay. Tanto Francia como Inglaterra lo que hicieron fue saquear lo que pudieron y matar a quienes fuera necesario. Igual que España siglos atrás en las Américas. Tanto como la pequeña Bélgica sañuda.

La utopía de la aristocracia alemana terminó en Hitler y la de Henry Ford y el capitalismo estadounidense terminó en la tercerización y en Bernard Maddoff. El conservadurismo del académico Burke es hoy una maquila textil en Ciudad de Guatemala.

Y la utopía de Rosa Luxemburgo, la dirigente polaca, y Pablo Iglesias, el profético tipógrafo español, terminó, como se ha visto, con el señor Rodríguez Zapatero enviando más tropas a Afganistán.

Dios es la utopía del miedo.

De utopías están hechos los campos de concentración y las limpiezas étnicas.

La utopía de un ustachi era decapitar a un serbio. La utopía chechena consiste en matar rusos. Volaban utópicos los kamikazes. Y de esquirlas utópicas e islámicas están hechos los hombres bomba que matan inocentes. Y la utopía del pueblo elegido de Israel va montada en un misil que estalla en una escuela de infantes en la Gaza mártir.

Soñaba utópico el general MacArthur con arrojar la bomba atómica sobre Corea del Norte.

La utopía de Bush no fue pensar ni acertar y ni siquiera hablar inglés correctamente. La utopía de Bush fue cubrir el cielo norteamericano de un toldo de rayos láser que protegiera la segunda tierra prometida.

Odio las utopías. Odio, cada vez más, las grandes palabras y las enormes mentiras que tras ellas se esconden.

El hombre no es la utopía de la creación. Y ni siquiera, de pronto, su comienzo. De pronto todo esto es sólo un experimento fallido y quizá seamos la utopía de un dios idiota.

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